La perla de Uzbekistán, declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad, es una de las ciudades más bellas del Asia Central y un auténtico catálogo de arte islámico. Más de dos milenios de historia están encerrados en Samarkanda, en Uzbekistán, una ciudad que ha enamorado a sus visitantes desde el momento en el que se erigió. Samarkanda fue en su día la capital de la Ruta de la Seda y actualmente es un punto clave para quienes deseen contemplar la verdadera belleza con sus propios ojos. Esta es la segunda ciudad más importante de Uzbekistán, pero sin dudas es el principal atractivo turístico del país. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, Samarkanda siempre tiene abiertas sus puertas a los viajeros más intrépidos, a aquellos que buscan respuestas y que tratan de encontrarse en un viaje que cambiará por completo sus vidas. Pero son otras muchas las ciudades que, dentro de este fabuloso país, sobrecogerán el ánimo de los visitantes. Entre ellas podemos citar Tashkent, Urgench, Khiva o  Bukhara.

Tashken, la capital de Uzbekistan es una parada obligatoria para todo aquel que entra en avión al país. Tashkent es una ciudad clásica “soviética”, con grandes edificios, grandes avenidas y carreteras de muchos carriles. En cierta manera, puede recordar a algunas zonas de Moscú. En ella podemos disfrutar del complejo Hazrati Imom, el centro de la cultura islámica en Uzbekistan desde el siglo XVI. En 2007 se reconstruyó y actualmente es el lugar más bonito de Tashkent y compite muy de cerca con el Registán de Samarkanda. Otro lugar para visitar es el recinto de los mausoleos, así como el Plov Center de Uzbekistan, que según los entendidos  es el lugar donde se come el mejor plov de Asia Central.

Por su parte la ciudad de Kunya Urgench es la capital del Imperio corasmio y corazón del “mundo islámico” del siglo XIII en la que podemos admirar una arquitectura única en el mundo, reflejo de lo que fue históricamente esta gran región.

De visita obligada

Khiva, la ciudad de las mil y una noches

Nunca un contorneo de murallas de barro y ladrillo resultó tan glorioso. Nunca un mar de minaretes y azulejos tuvo esa sintonía de colores hipnóticos. Así es Khiva (o Jiva), otro de esos lugares imprescindibles en la Ruta de la Seda. Un decorado original de cualquiera de los cuentos de las Mil y una noches. Lo que primero destaca de Khiva es un enorme cilindro cubierto de dibujos en azulejo que se sitúa entre dos antiguas madrasas. Su nombre es Kalta Minor y es, en realidad, un minarete inacabado que estaba pensado para ser el más magnífico del mundo musulmán. Pero Kalta Minor es tan sólo uno de los más de doscientos monumentos con que cuenta la pequeña Itchan Kala. De ellos se calcula que hasta 50 visitables entre edificios históricos, mezquitas, madrasas, palacios, caravansares y un largo etcétera de las piezas del puzzle de la que fuera capital durante siglos del Reino Corasmio o Khorezm.