San Isidro

Vicente Velasco, Emilio Durán, Humberto Urruchi, con las varijas de la Hermandad de San Isidro de Ciudad Real y el presidente, Pedro Martínez

Cuando el 15 de mayo salgan las distintas hermandades en procesión, portando en andas la imagen de San Isidro, los miles y miles de agricultores y ganaderos que participen en estas romerías mirarán tanto al cielo como a la tierra. Arriba el agua salvadora o destructora, el sol que madura y sazona los frutos o que calcina las plantas y termine con la poca cosecha que aún haya sobrevivido. También mirarán hacia la tierra, a los sembrados que se extienden a los lados del camino, y comprobarán si al final la cosecha se ha enderezado con las últimas lluvias y ahora depende de la granizada traidora, o comprobarán lo poco que sirvieron aquellas aguas que, en la primera quincena de abril, salvaron lo que el invierno había casi destruido.

La vida del agricultor y del ganadero siempre ha sido así, y más en una provincia como la nuestra en la que predomina el secano. Olivos y viñas en gran extensión, cereales de secano en el resto, y una pequeña
zona de regadío que tampoco da para tirar cohetes. Es verdad que unos años con otros da para vivir, pero es raro encontrar a alguien que se haga rico en el campo, sobre todo si lo comparamos con la rentabilidad
que el mismo capital podría dar en cualquier otro sector económico.

No hay localidad de nuestra provincia que no tenga su hermandad de San Isidro y que no muestre su devoción al santo en esta fecha. En la capital cuenta nada menos que con unos 500 labradores y ganaderos, muchos de ellos mujeres, que celebran su fiesta en la ermita de Alarcos y que este año adelantará al sábado 14 para no coincidir con la Romería de la Virgen.

Así Tomelloso, La Solana, Manzanares, Membrilla, Villarrubia de los Ojos o Poblete, desde la localidad más grande a la última de las aldeas, dedicará varias jornadas a celebrar a su santo, ese santo tan cercano
al hombre que vive de la tierra, porque San Isidro también vivió de la tierra, la regó con su sudor, la hizo fructificar con su trabajo, y tuvo que rogar al cielo para que le librase del pedrisco, de las plagas y de la sequía.

San Isidro, que se supone nació el 4 de abril de 1082 en el Mayrit musulmán, fue el primer laico casado llevado a los altares. El 12 de marzo del año 1622 fue canonizado por el papa Gregorio XV, y en 1960 el papa Juan XXIII le declara, mediante bula, como santo patrón de los agricultores españoles, aunque ya desde el siglo XIII se rogaba a San Isidro como mediador para obtener lluvias en primavera en los pueblos de Castilla la Nueva.

Todavía en nuestros días se le saca en procesión, en situaciones extremas, para implorar esa lluvia que nunca se va de los pensamientos de los hombres del campo.

Unos hombres que lo agasajan programando comidas multitudinarias y romerías en las que participan las máximas autoridades provinciales y locales, desde el presidente el Gobierno regional al comandante
de la Guarida Civil o el subdelegado del Gobierno, así como cualquier otro ciudadano que desee compartir unas migas, unas gachas o una paella. Y no sólo en su día, sino en jornadas precedentes en las que abundan los concursos relacionados con el campo, como los de arada o de tiro de reja, desfiles de tractores o de mulas enjaezadas, de recuperación de trabajos o utensilios tradicionales, competiciones deportivas como bolos o tanganas, juegos para niños, actividades culturales, y, por supuesto, la misa y consiguiente procesión.

Luego cada localidad pondrá su toque especial y lugar. En algunos la imagen irá sobre un carro, en otros a hombros, se recorrerán kilómetros hasta la ermita o se realizarán los actos, con numerosos invitados, en el recinto ferial, como ocurre en Manzanares.

Y mientras, con un vaso de vino en la mano y los ojos fijos en la sartén donde poco a poco se cocinan las migas, el campesino pensará que desde el pasado mes de octubre la situación en el campo ciudarrealeño,
y más en concreto en sus parcelas, ha sido mala durante el invierno, pero que a primeros de abril, gracias a que en un solo fin de semana cayeron 40 litros, mejoró bastante y rebrotaron las ilusiones, pero que
pese a ello los precios son muy bajos, ridículos, porque un kilo de cebada vale 16 céntimos, uno de maíz 17, o uno de cerdo 95 céntimos…

Y contempla a su alrededor una población que no se renueva con jóvenes y mujeres al ritmo que sería necesario; una implicación de las mujeres al frente de explotaciones agrarias que va demasiado lenta porque vislumbra un futuro no siempre claro en la explotación de la tierra.

Y así, con estos pensamientos, mira a sus nietos que disfrutan de los juegos, que ha organizado la concejalía de Festejos, alrededor de un viejo tractor Ebro de los años 60, a la vez que no puede olvidarse de sus apenas 200 hectáreas que este año ha sembrado, repartidas entre trigo, avena, cebada, guisante, colza…, o también algo de pistacho o almendro. Y cómo, para curarse en salud, dedicó 40 hectáreas al regadío, este año no por la cebolla, pero sí por la alfalfa y el maíz. Y también imagina, mientras saborea
un buen tinto, porque no se puede negar que la cosecha del 2015 fue de las mejores, tanto en calidades como en cantidad, que sumando lo que le cuesta la luz y el canon del agua, el tiempo ha de poner algo de su parte, porque si no , corre el riesgo de apenas cubrir gastos.

También es verdad, se reconoce a sí mismo, que desde su más temprana infancia ha convivido (al lado de sus abuelos, y luego de su padre) con la duda e incertidumbre que, año tras año, acompañan a la cosecha y a los precios y que, al final, aunque alguno de sus hijos haya cogido un camino ajeno al campo, siempre hay otro que decide relevar, a quien le precedió, en la explotación de las tierras, porque siempre ha sido así y “así será”.

Tampoco olvida lo que ocurre todos los años con el precio de la uva, (lo del aceite parece que unos años con otros se compensa), o lo del melón en la zona de La Mancha, o con el precio de la leche. O el cordero, que parece que no acaba de enderezarse. Por eso, cuando el día 15 de mayo torna a su fin, y San Isidro regresa a su ermita, y las puertas de ésta se cierran a la espalda del agricultor y ganadero, éste deja sus plegarias en manos del santo y, mirando las nubes que se recortan sobre los rojos y morados del ocaso, piensa:

“No hay nada en el mundo como la puesta del sol, aunque esa nube baja, la más cerrada, no me gusta nada. Más vale que mañana empiece a empacar la alfalfa que segamos anteayer y no dejarlo para el martes, no venga una tromba de agua y me la mande a hacer puñetas”.

Texto: Ayer&hoy
Fotos: Archivo