Fidel Torres / Periodista

Debo comunicarle, admirado maestro en sabidurías y generoso dispensador de afortunados consejos, que en estos momentos me encuentro embebido en la lectura de una novela que me hace pasar los días de turbio en turbio, amén de las noches de claro en claro, sin que me quede tiempo para otra cosa que no sea satisfacer mis más elementales necesidades, que en mi caso son pocas.

– Bien, amable y leal discípulo. Me alegro por ti en cuanto que embebido en esa novela eres feliz y, por los demás, porque mientras dure el ensimismamiento literario no tienen que sufrirte, ya sea en la oscura noche, ya sea en el claro día.

– Gracias oh supremo especulador e investigador del conocimiento humano. Pero se lo decía, sobre todo, porque me gustaría recomendarle dicha novela para su deleite y disfrute, ya que tengo conocimiento de su afición por lo que vulgarmente se ha dado en llamar novela negra, antes simplemente policiaca o de detectives.

– Vale creatura, desembucha y dime el título.

– La novia gitana, de Carmen Mola.

– Ya sabrás, impenitente e impertinente lector, que Carmen Mola no es una señora, como al principio creímos muchos, y que una vez descubierto el entramado editorial ha habido críticas en todas las direcciones.

– Lo sé, lo sé. El tinglado se descubrió en la entrega del Premio Planeta 2021, donde resultó que la ganadora fue la tal Carmen, o sea, Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero. Pero al margen de esto, que para mí no tiene mucha importancia, lo que quiero decir es que es una novela que me está entusiasmando y que la recomiendo a todos aquellos amantes del género negro, y muy especialmente a usía.

– Gracias, amigo Lorencito, por tu interés por mí y mis lecturas, pero con gran dolor de mi corazón, y de verdad que lo siento, ya conocía esa novela y hace ya un tiempo que la descarté de mis lecturas, pese a las buenas recomendaciones y críticas de los expertos, incluido ahora mi mejor discípulo.

– Y eso ¿por qué? Un gran lector de novela negra no puede renunciar a este plato literario.

– Supongo que te refieres a este plato de charcutería, ya que al parecer en dicha obra literaria no escasea la sangre, ni la tortura, ni otras lindezas capaces de revolver el estómago al más estoico de los lectores.

– Sí, es verdad que es un poco fuerte y que abunda tanto la sangre como otras descripciones de salvajismo que pueden ser desagradables, pero salvo eso la novela no te deja un respiro. Te atrapa y no puedes dejarla. Es intriga pura.

-Bien, Lorencito. Respeto a todos aquellos que, como tú, disfrutan de este tipo de literatura (o de cine, que también los hay), que por eso y para ellos se hace, pero un servidor, desde hace años, llegó a la conclusión de que no le merecía la pena pasar malos ratos (jamás me ha gustado la sangre, ni lo gore, y mucho menos el sadismo en la literatura) cuando leo o veo películas, por las cuales además he de pagar, cuando, por desgracia, todo eso lo tengo, en contra de mi voluntad, y en grandes cantidades, en los periódicos y la televisión a todas las hora del día y la noche.

– Vamos, que lo suyo es Agatha Christie.

– Tampoco es eso. Reconozco que algunas de sus novelas están muy bien, caso de Diez negritos o El asesinato de Roger Ackroyd, pero nunca ha sido de mis favoritas. Yo voy mucho más por Dashiell Hammett y El halcón Maltés o Cosecha roja. Y por supuesto Raymond Chandler y su detective Philip Marlowe.

– Natural, debía suponerlo. Literatura viejuna, y ruego perdone mi atrevimiento, va sin ánimo de ofender. Nada de ahora. La sociedad avanza y usted me está hablando de novelas de hace casi cien años. Se ha quedado fosilizado.

– Te equivocas, pequeño rapaz. En primer lugar lo clásico nunca es viejuno, ni siquiera antiguo. Tal vez lo viejuno sea recurrir, y servir en bandeja, lo fácil, lo que no exige esfuerzo al lector, o aquello que está de moda y, por tanto, se seguirá de forma gregaria, logrando un éxito seguro, o sea, un éxito de ventas. En segundo lugar yo no sólo leo novela negra antigua y norteamericana (Ross Macdonal, Chester Himes), sino también europea, española y, por supuesto, moderna.

– Para mi conocimiento, y si no es molestia, termine la relación de sus lecturas.

– Pues entre otras, ilustre y joven lector, ahí van Georges Simenon y su comisario Jules Maigret, Donna Leon y Brunetti, y por supuesto Montalbano, de Andrea Camilleri, y los españoles Petra Delicado y Fermín Garzón, de Alicia Giménez Barlett, o Bevilacqua y Chamorro, de Lorenzo Silva. Claro que hay muchos más. Pero estos son los primeros que me vienen a la memoria.
– Y por supuesto en estos autores nada de “charcutería”.

-Nada en absoluto. Muertos sí, sadismo, no.

– Vamos, poco realismo.

– De nuevo creo que te equivocas. Desde mi punto de vista no hay nada más realista (y por supuesto humanas) que las aventuras del comisario Maigret, de Simenón. Y lo mismo, pero mucho más amargas (y súper-realistas) que las de Harry Bosch, de Michael Connelly, totalmente modernas. Pero eso sí, sin ser un degolladero.