Fidel Torres / Periodista

Muchos años después, ante el análisis meticuloso de su pasado, Lorencito recordaría la ocasión en la que, el que entonces supuso su maestro, se negaría a leer “La novia gitana” de Carmen Mola.

– Mentira cochina. Ni pienso esperar tantos años ni perderé el tiempo recordando lo que a vuesa merced hizo o dejó de hacer. Lo que digo ahora, y reitero, es que me lo he pasado en grande leyéndola, así como su continuación, “La red púrpura”, y que siento que alguien a quien admiro, y sé amante de esta clase de literatura, se niegue a hacer lo mismo.

– Bueno, no te me enfades Lorencito, que ya te di en su momento algunos argumentos en contra de esta clase de literatura, o de cine, pero no en contra de quienes lo disfrutan, pues cada cual somos como somos y tenemos los gustos que tenemos. Algo así como lo que ocurre con la tortilla de patata.

– No sé, oh maestro del despiste, qué tiene que ver la tortilla de patata, con la novela negra. Espero ansioso a que me lo explique.

– Digo que a unos nos gusta la tortilla de patata con cebolla y a otros sin cebolla. Y, del mismo modo, a una gran porción de los españoles bien pasado el huevo y a otros crudo. A mí en concreto, para saciar tu curiosidad, te diré que me gusta la tortilla de patata con cebolla y bien pasadita, sin que por ello no reconozca que a un gran número de conciudadanos le guste apenas cuajada la cáscara (de la tortilla, no del huevo). Y además doy por bueno (¡si ellos lo dicen…!) que la mejor tortilla de España, la que se ha llevado no sé qué premio, lleva cebolla y el huevo completamente crudo. ¡Gustos, Lorencito, gustos!

– Muy bien. Ya me he enterado de cómo le gusta la tortilla, oh rey del intelecto, ahora explíqueme qué clase de literatura, música o cine son sus preferidos para que yo sepa a qué atenerme a la hora de recomendarle cualquiera de sus productos y no me lleve el chasco del tajante rechazo, la erudita lección, y el disgusto pertinente. Porque aunque a veces no lo parezca, uno es muy sensible.

-Verás pequeño rapaz. Como ya dijo hace muchos años el gran pensador Don José Ortega y Gasset (que nada tuvo que ver con el parque de Ciudad Real, no confundamos), “Yo soy Yo y mi circunstancia”, O sea, que a mí me gusta la tortilla de patata bien pasadita porque mi abuela siempre la hacía así, esa fue mi circunstancia, no lo escogí yo, me vino dado. ¿Entiendes?

– ¡Y vuelta el burro a la tortilla! ¿Pero estamos hablando de tortillas o de literatura y cine? A mi me da que alguien se ha fumado algo.

-¡Calma, Lorencito, Calma! Paciencia y escucha. De la misma forma que mi abuela me enseñó a degustar la tortilla de patata yo aprendí a degustar el cine con las películas de Cifesa que, todos los domingos, pasadas las diez de la noche, y una vez desalojado de parroquianos el café del pueblo, se pasaban en un proyector de 16 milímetros. Entrada, dos pesetas. Así que en mi más tierna infancia me tragué Balarrasa, Café de Chinitas, Quo Vadis, El Judas, Fray Escoba, Molokai y La hermana de San Sulpicio, con sus correspondientes bandas sonoras, cantes jondos y óperas flamencas, con el mano a mano de Molina con Farina. ¿Tú te imaginas cómo puede uno sobrevivir a eso? Posteriormente, gracias a los cines de barrio, ya en la capital, pude acceder a obras más modernas, tal y como se iban estrenando, o reponiendo, y de vez en cuando caía algo que iba formando el poso cultural cinematográfico. Otro tanto pasó con la música. De hecho, cuando yo llegué a enterarme de que los Beatles existían, ya se habían separado. Pero arañando, arañando, algo de aquí, algo de allá, (música clásica, jazz, algo de pop) uno terminó por acceder un poco a lo que la élite intelectual ya había recibido casi por nacimiento.

Y en cuanto a la literatura, otro tanto de lo mismo. Entre tebeo y tebeo del Capitán Trueno y del Cosaco verde, caía una biografía de Carlos V o la leyenda de Leonardo del Carpio (edición Mendiluce para niños), envuelto con la historia de Luis Candelas en tres tomos (me faltaba el segundo). Después Álvaro de Laiglesia, Mika Waltari, Sven Hassel.., en fin, la colección Reno. Y luego, ya en posesión de la verdad, todo el “Boom” latinoamericano. No quedó autor ni obra que no fuese devorada, especialmente Carpentier y Onetti, pero también Cortázar, García Márquez o Ernesto Sábato. Una locura. ¡Hasta el Ulises cayó!

-Pues mire usted, así como que no me he enterado de nada. Entre otras cosas porque me está hablando de autores y obras de maricastaña, la mitad de las cuales desconozco. Bueno, apenas me suena alguna película (por la tv) y algún autor sudamericano, ese tal Márquez, y los Beatles, al parecer, eran del tiempo de mi abuela.

-Mira Lorencito, majo, la verdad es que se me ha ido un poco la olla, tal y como ahora se dice entre vosotros, pero lo antes dicho puede servirte para darte una idea de lo que fue, en pleno franquismo, el nivel cultural de una sociedad rural. Y de ahí este gazpacho cultural. Pero por otra parte tu problema está, por desgracia, en que eres incapaz de ver la relación que hay entre “La novia gitana” de Carmen Mola y la tortilla de patata que hacía mi abuela Victoriana. Y la hay.