La salsa favorita de los Estados Unidos, y de otros muchos países como el nuestro, ni tenía tomate ni es originaria de las Américas. De hecho, en un principio para los yanquis no era ni una salsa, se vendía como una medicina. Mucho antes de todo esto, hay que comentar que el kétchup nace en China en el siglo XVII, de hecho, su nombre viene de la palabra ‘ke-tsiap’. Se trataba de una salsa picante de color caramelo que poco o nada tiene que ver con lo que ahora conocemos como kétchup. En el siglo XIX entran los británicos en juego y le meten tomates al kétchup. Al principio de los 1800 los tomates se consideraban prácticamente venenosos, pero en 1834 el doctor John Cook Bennett popularizó la idea de que eran buenos para curar la diarrea, la gastritis y demás patologías digestivas. Para cuando el kétchup se descatalogó como medicina, los estadounidenses ya le habían cogido cariño a su sabor y un montón de gente empezó a producir kétchup con conservantes altamente dañinos como el ácido bórico, la formalina, el ácido salicílico y el ácido benzoico. En 1876 Henry J Heinz cogió la receta del kétchup y empezó a producirla en masa bajo el nombre que todos conocemos. Para evitar añadir todos esos conservantes dañinos que usaban otros productores de kétchup, Heinz subió drásticamente la cantidad de azúcar y vinagre en la receta. Su nuevo sabor fue una sensación, tal y como lo conocemos hoy en día.