El Imperio Romano alcanzó su máxima expansión territorial en la primera mitad del siglo II, coincidiendo con el gobierno de dos emperadores de origen hispano, Adriano y Trajano. A partir de ese momento se inició un cierto declive, que, durante unas décadas fue lento, pero que en el siglo III se expresó con dureza en una grave crisis política, social y económica. La decadencia del Imperio Romano era irreversible y la inestabilidad caracterizó su devenir histórico durante los siglos IV y V, lo cual fue aprovechado por los pueblos bárbaros para presionar cada vez con más intensidad las fronteras del Imperio. Las luchas internas por el poder eran habituales y las constantes conspiraciones y traiciones explican que pocos emperadores lograsen consolidarse en el trono imperial, que, en ciertas ocasiones, empezó a ser compartido por dos o más emperadores.
En estas circunstancias se desarrolló la carrera política y militar de Teodosio, personaje perteneciente a una destacada familia, que había nacido en Hispania en el año 347 y que, tras iniciar su formación bélica en Britannia junto a su padre, asumió la defensa de un territorio del Danubio inferior, pero poco después, en el año 374 regresó a Hispania, desde donde pudo conocer con un cauteloso distanciamiento las intrigas que se produjeron en la corte romana tras la muerte del emperador Valentiniano I en el año 375.
Durante su estratégico retorno a Hispania Teodosio se estableció en la ciudad de Cauca (Coca, Segovia), donde se relacionó con algunas de las familias más destacadas de ese territorio, lo cual propició que conociera a una joven perteneciente a ese grupo social de notables, Aelia Flacila, que rondaría en aquel momento los veinte años de edad. Teodosio y Aelia Flacila contrajeron matrimonio en torno al año 376, fruto del cual tuvieron tres hijos: dos varones (Arcadio y Honorio, que se dividirían el Imperio tras la muerte de su padre) y una mujer (Pulqueria). Cuando Aelia Flacila decidió unir su vida con Teodosio probablemente no era consciente del destacado papel que la Historia le tenía reservado y que, a pesar de su juventud, supo asumir con gran acierto como eficaz consejera de su marido en medio de unas circunstancias complejas y cambiantes, dada la inestabilidad por la que atravesaba el Imperio y, sobre todo, el entorno de la corte imperial.
En agosto del año 378 murió en la batalla de Adrianópolis Valente, emperador del Imperio Romano de Oriente. Graciano, emperador en la zona occidental, asumía todo el poder, pero tuvo que hacer frente a diversas conspiraciones e intrigas y una vez que logró sofocarlas decidió en enero del 379 volver a contar con Teodosio, pues su experiencia militar le sería de gran utilidad en un momento tan peligroso. De este modo, Teodosio asumía el poder en la parte oriental del Imperio y era nombrado por Graciano como su sucesor. A partir de ese momento Aelia Flacila como emperatriz consorte en el ámbito oriental desarrolló una estratégica labor como asesora de Teodosio.
Aelia Flacila era una ferviente creyente cristiana y supo aprovechar la notable influencia que podía ejercer desde su destacada posición para extender sus convicciones religiosas a través de una intensa defensa del cristianismo y más concretamente del credo católico, que se había establecido en el Concilio de Nicea (325). Logró convencer a su esposo para encabezar la lucha contra el arrianismo, doctrina que no aceptaba la auténtica divinidad de Jesucristo. La acción más decisiva adoptada en este sentido por Teodosio fue la convocatoria del Concilio de Constantinopla en el año 381 donde se condenó el arrianismo y se revisó el credo de Nicea para establecer con más rotundidad el principio de la consustancialidad del Espíritu Santo con el Padre y con el Hijo.
Diversos padres de la Iglesia como Ambrosio y Gregorio de Nisa destacaron y alabaron las virtudes personales y cívicas de Aelia Flacila, llegando a considerarla como “pilar de la Iglesia”. Otros autores resaltaron la gran preocupación que mostró por colectivos desfavorecidos, especialmente por personas discapacitadas, enfermos y pobres a los que visitaba en asilos y hospicios dependientes de la Iglesia. Su influencia social, política y religiosa fue notable, lo cual se pone de manifiesto por diversos detalles como el hecho de haber recibido el título de Augusta y haberse acuñado monedas en las que aparece su efigie junto a inscripciones que destacan su papel como protectora del Estado. Murió en el año 386 y es considerada santa por la Iglesia ortodoxa, que conmemora su festividad el 14 de septiembre.