La estética y la belleza desde los años ochenta

Ino Crespo / Asesora de imagen

Me vas a permitir presumir de una de las profesiones más bonitas del mundo, al menos yo tengo la suerte de sentirlo así, y esto me ha permitido trabajarla, vivirla y seguir disfrutando de ella desde que tenía trece años, pero no temas no voy a contarte mi vida. Aunque sí quiero descubrirte una parte de la historia de la peluquería que no es ni más ni menos que un repaso a la evolución del mundo de la estética y la belleza, desde los años 80 hasta nuestros días, y según la edad que tengas habrá detalles que te sonarán o te sorprenderán.

Ha llovido mucho desde entonces y toneladas de laca han sido utilizadas para no despeinarse.

Sí, #lalacaalpoder, sería el hashtag de las mujeres entre los años 80-90, si por entonces hubiesen tenido Instagram, porque los peinados eran pura arquitectura, creada a base de rulos y sostenidas en el aire a través del cardado y laca a mansalva.

El ritual de ir a la peluquería el viernes para estar #peinadas se podría decir que era casi un momento entre “club social “y “terapia zen “. La peluquería servía para ponerse al día con lo que pasaba en el pueblo, o en el barrio de la ciudad. También para compartir las preocupaciones o las alegrías con las asiduas, o en “petit comité” con la peluquera que, como siempre se ha dicho, ejercíamos de psicólogos de cabecera, es decir de escuchantes de un desahogo necesario.

La realidad de entonces, a nivel estético, eran peinados donde el volumen era la clave. Para conseguirlo, además de los rulos, los cardados y la laca, los rizos  permanentes y moldeados fueron las estrellas de la época, incluido lo que fue un boom de moda, el famoso Richi, una técnica  de rizo permanentado de diámetro muy pequeño semejante al pelo africano y que, en sus distintas variantes, se llegó a llamar “pelo frito”. Si lo buscas te sorprenderá si no eres de aquella época.

Los salones de peluquería con sus secadores de casco, para entrar la cabeza en él con el montaje de rulos; su fuerte olor a líquido de permanente y tintes muy básicos, donde el color estrella era el de las mechas súper blancas como alternativa a los cabellos “amarillo pollo”, que se decía entonces, para las morenas que querían ser rubias.

No olvidemos que las españolas tenemos, en su mayoría, el cabello oscuro, y conseguir un rubio claro bonito era difícil con los medios técnicos de entonces. Como digo, ese retrato de peluquería fue dando paso a profesionales preocupados e implicados en la búsqueda de técnicas que permitieran  estéticas  menos elaboradas, cabellos con volúmenes y movimiento más naturales.

Pasamos al protagonismo del secador de mano y corte de pelo, como figura principal, para conseguir la forma más fluida y natural, que dio pie a la peluquería moderna que conocemos hoy, y que fue el fruto del estudio del corte como si de un patronaje se tratara, que permite adaptar los planos de las distintas zonas de la cabeza a las longitudes adecuadas que componen el efecto global de la forma del cabello que queremos conseguir, según su naturaleza: liso, rizado, ondulado, fosco etc. O su densidad y grosor. Esto fue gracias a la búsqueda de peluqueros que queríamos en aquellos tiempos romper con esa estética encorsetada y poco práctica, para adaptarla al avance social de mujeres que empezaban a moverse de otra manera, con trabajos fuera de casa, practicando deporte y actividades sociales más activas.

Los salones de peluquería fueron cambiando sus cerrados espacios para dar paso a cristaleras abiertas a la calle, con precios, horarios y todo tipo de información a la vista del cliente.

Hoy en día somos herederos de esa evolución, sumando además el avance de técnicas en investigación de productos cada día más avanzados, y mucha más tecnología en las herramientas, lo que nos ayuda a mejorar resultados. Todo esto requiere de profesionales muy preparados que sepan adaptar tanto avance sin perder de vista la esencia de la profesión de peluquería, que es dar una respuesta cercana, sin perder la cercanía de lo que el cliente busca.

En suma, estamos en la nueva era de salones que tienen que trascender el servicio para convertirlo en una experiencia personal de belleza muy grato. Lo reitero. Es una profesión preciosa, que transforma y se transforma.

Mi correo es ino@inopeluquerias.com.