Fidel Torres / Periodista

Veo, Lorencito, que te has tatuado una hermosa Flor de Lis en el hombro derecho, lo cual me sorprende doblemente. En primer lugar porque no te imaginaba yo inclinado a los tatuajes, y en segundo por el significado que tanto el dibujo como el lugar elegido hacen suponer… ya que imagino que no habrá sido puro azar.

– Imagina bien, oh sagaz maestro del interrogatorio taimado. Durante muchos años estuvo en mi mente dar este paso, pero los escrúpulos sociales, la mala imagen que ante muchas personas siguen teniendo los tatuajes, y lo difícil de explicar el porqué de este dibujo en concreto, me detuvieron. Pero ha llegado el momento de saltar al abismo y aquí está. ¡Hecho!
– Yo sé perfectamente en homenaje de quien has decidido grabar, a fuego, esta flor en tu piel. Lo que no tengo claro es si la dama destinataria es Milady de Winter o Lana Turner.
– ¡Astuto viejecillo, que diría Mafalda! Me ha pillado una vez más y el caso es que yo tampoco lo tengo claro pues ¿podemos separar a una de la otra? ¿Ha habido actriz que mejor haya encarnado a la taimada espía del cardenal Richelieu, la inteligente y despiadada antagonista de D’Artagnan, que la bella Lana Turner en la versión de 1948 de Los tres mosqueteros? Yo creo que no. Y mira que ha habido versiones en el cine y la televisión de la famosa novela de Dumas.
– Me admira que un jovenzuelo como tú se remonte al cine añejo, más bien te creía admirador de las más recientes, bellas y contemporáneas, actrices.
– Todos tenemos miles de recovecos y armarios llenos de cadáveres, y quienes más suelen sorprenderse de estas cosas suelen ser aquellos que, como usted, oh maestro de maestros, creen estar a la vuelta de todo. Sí señor, viva Lana Turner.
-Pero sabrás, joven impertinente, que la marca que tú ahora te has grabado en el hombro era signo infame, marcado a fuego (con hierro candente) por el verdugo en el cuerpo de los reos que terminarían poniendo su cuello bajo el filo del hacha. Y, como bien recordarás, Milady de Winter, que era además la esposa de Athos, terminó bajo el hacha del mismo verdugo que le había marcado en su hombro la Flor de Lis.
– Lo sé. Soy fanático lector de Alejandro Dumas y de las novelas protagonizadas por los tres mosqueteros (que continúan con “Veinte años después” y “El vizconde de Bragelonne”) así que este tatuaje es un homenaje tanto a Milady como a todos esos personajes que tantas horas de gozo y fruición me han proporcionado.
– Bien. Reconozco tu valentía, tanto en lo relacionado con tu tatuaje como en tu reconocimiento y admiración de añejas beldades. Y ya que de tatuajes hablamos voy a mencionarte mi debilidad por otro famoso, para mí también por doble motivo, ese que Vázquez Montalbán utilizó para su primera novela sobre Carvalho (con todos mis respetos “Yo maté a Kennedy” ni es novela ni es de Carvalho, ni es nada): TATUAJE.
– ¿Por qué por doble motivo, súper sabio y sin par maestro?
– Por dicha novela, muy buena, y por su homenaje precisamente a la canción TATUAJE, compuesta en 1941, y popularizada por Concha Piquer, siendo una de las más famosas de su repertorio. De esta canción quiero mostrarte precisamente unos versos para que veas que los tatuajes no son precisamente algo de ahora.
– No, si eso ya lo habíamos dejado claro. Nada hay nuevo bajo el sol y menos los tatuajes.
– Tú calla que ahí van. A ver qué te parecen.

Era hermoso y rubio como la cerveza
El pecho tatuado con un corazón
Mira mi brazo tatuado
Con este nombre de mujer
Ella me quiso y me ha olvidado
En cambio, yo, no la olvidé
Y para siempre voy marcado
Con este nombre de mujer

– Muy bonitos. Que conste que los conocía.
– Pues en la novela, como en esta copla, aparece un muerto con un tatuaje y el detective Carvalho sólo tiene esta pista para averiguar quién es el muerto y, por supuesto, quien le dio pasaporte.
– La leeré. Seguro que está bien, porque a mí las novelas de detectives me “sulibeyan”. ¿Me la puede prestar?
– No. Te la compras y así haces patria. Además sobre esta novela quiero contarte una cosa que me llamó la atención, sobre todo por lo que ocurre ahora con los tatuajes y los tatuadores. Resulta que Carvalho, para esclarecer el caso, busca un tatuador que le pueda dar alguna pista, y tras buscar y rebuscar en toda Barcelona (estamos en el año 1974) sólo consigue localizar a un tatuador, ya viejo, que es el que le pone en camino de resolver el caso. ¿Te imaginas, postmoderno Lorenzito, hoy, en toda una Barcelona, un sólo tatuador?
– Pues no, jefe. Mi imaginación no da para tanto.