Hace algo más de 3.000 años empezaron a producirse algunos cambios importantes por todo el continente europeo que también tuvieron su repercusión en las tierras que hoy corresponden a la provincia de Ciudad Real. Ciertos estudios paleoclimáticos ponen de manifiesto que hacia el 1200 a.C. se inició un notable cambio climático que provocó una fase de frío y sequía que acabaría causando la extensión de hambrunas que afectaron, sobre todo, a poblaciones del este y centro de Europa, que empezaron a desplazarse hacia el sur y el oeste buscando mejores condiciones de vida. Estos movimientos de población acabarían generando notables transformaciones, e incluso, el colapso en civilizaciones como la micénica, la hitita o la egipcia.
Coincidiendo con este fenómeno y, muy probablemente, relacionado con él, se observa un cambio en los patrones de poblamiento en el territorio de la actual provincia de Ciudad Real, similar al que de forma sincrónica se detecta en otras áreas de la Península Ibérica. Los asentamientos que caracterizaban al denominado “Bronce Manchego”, básicamente castellones y motillas, se abandonan y las poblaciones que los habitaban buscarán nuevos lugares para establecerse, siempre cerca de zonas donde aprovisionarse de agua, pero con unos nuevos patrones en los que, sin duda, tendrían un notable protagonismo las nuevas rutas establecidas ante la nueva coyuntura económica derivada de las convulsiones migratorias. Entre los principales enclaves que empiezan a ser ocupados durante este proceso debemos destacar Alarcos, el Cerro de las Cabezas y La Bienvenida, donde en los últimos años han empezado a recuperarse destacados materiales arqueológicos vinculados a algunas estructuras de habitación correspondientes a esta fase que se denomina Bronce Final.
No se tuvo que producir necesariamente una llegada masiva de poblaciones desde más allá de los Pirineos, pero sí son evidentes las influencias de nuevas tradiciones culturales como la denominada “Campos de Urnas”, que procedente de Centroeuropa se caracterizará por la costumbre de incinerar a sus muertos, pudiendo destacar, en este sentido, las incineraciones documentadas en el paraje de La Vega (Arenas de San Juan) con una cronología del siglo IX-VIII a.C. También se aprecia la llegada de influencias del ámbito atlántico que se reflejan en la existencia de materiales como unas hachas encontradas en el paraje de El Embocadero (Torralba de Calatrava), un brazalete de oro procedente del Valle de Alcudia y un conjunto constituido, entre otros elementos, por 10 espadas de lengua de carpa y 4 puñales que fue recuperado en el yacimiento del Camino de Santiago (Puertollano).
Aunque los últimos avances en la investigación arqueológica nos permiten manejar más información para poder caracterizar esta interesante etapa, debemos recordar que hasta hace unos pocos años casi el único elemento con el que contábamos para poder comentar algo de este período en la provincia de Ciudad Real era un llamativo conjunto de losas de piedra decoradas, conocidas como “Estelas de Guerrero”. En la Península Ibérica se han encontrado más de 130 ejemplares, que se concentran en Extremadura y Andalucía Occidental. En la provincia de Ciudad Real, hasta la fecha, y con el reciente hallazgo en julio de un nuevo ejemplar en Chillón, se han documentado 15 ejemplares: 4 en La Bienvenida, 3 en Chillón, 3 en Aldea del Rey, 2 en Almadén y 1 en Alamillo, Pozuelo de Calatrava y Navalpino. En estas estelas se representan elementos directamente relacionados con los guerreros del Bronce Final como escudos, espadas, lanzas, cascos, arcos… En ocasiones también pueden aparecer representados los propios guerreros e incluso también se representan otros elementos como carros, fíbulas, peines y espejos. Los objetos representados en estas estelas son una excelente manifestación de los contactos que estas poblaciones, más concretamente las aristocracias representadas en ellas, mantenían con ámbitos tan diversos como el atlántico o el mediterráneo. No estamos seguros de su finalidad concreta, pero es probable que estuviesen vinculadas con el control de rutas y territorios o, quizás, con el posible desarrollo de ritos de paso.