Francisco Javier Morales Hervás/Doctor en Historia.

Aunque pueda resultar algo sorprendente, para empezar a hablar de la Historia de Ciudad Real debemos viajar a África, pues es en este continente donde hace algo más de 2,5 millones de años se produjo la aparición de los primeros representantes del género Homo. La primera salida de seres humanos de África se produjo hace unos 1,8 millones de años, pero, hasta la fecha, no tenemos documentada la presencia de seres humanos en Europa Occidental en un momento anterior a 1,3 millones de años. En este sentido, debemos destacar la importancia de los registros fósiles documentados en la Península Ibérica, concretamente en la zona de Orce (Granada) y, sobre todo, en la famosa Sierra de Atapuerca (Burgos), donde se han recuperado herramientas de piedra y algunos huesos pertenecientes a algún tipo de ser humano con una cronología próxima a 1,3 millones de años.

Los yacimientos paleoantropológicos de Atapuerca son muy interesantes y ricos en fósiles humanos, lo que ha permitido caracterizar a un tipo humano, el Homo antecessor, cuya antigüedad estaría, como mínimo, en torno a los 800.000 años. Este tipo humano muy probablemente sería sustituido por el Homo heidelbergensis, que se desarrollaría en Europa a partir de hace 600.000 años. La investigación del pasado más remoto de la humanidad resulta muy compleja, pues la documentación con la que contamos es muy escasa y los hallazgos que nos permiten avanzar en esta cuestión trascendental suelen ser, en la mayoría de los casos, casuales y fragmentarios.

Izq: Mapa aproximado del reparto de las culturas con bifaces durante el Pleistoceno Medio (Achelense). Dcha: recreación de Homo heidelbergensis tallando herramientas líticas.

Las características geomorfológicas de la provincia de Ciudad Real no son las más idóneas para la conservación de restos humanos muy antiguos, pues no contamos con destacadas áreas de montaña en zonas calizas que posibiliten la presencia de cuevas, en las que siempre resulta más sencillo poder documentar vestigios antiguos de presencia humana. No obstante, nuestra provincia cuenta con un importante registro de yacimientos paleolíticos documentados en las terrazas de algunos ríos como el Bullaque, Guadiana o Jabalón, que aportan un extraordinario elenco de instrumentos arqueológicos realizados sobre piedra, principalmente cuarcita.

Un bifaz achelense muy típico y dibujo de bifaz sobre lasca. (Fotos: José Luis Martínez Álvarez)

El problema que presentan estas interesantes colecciones de materiales pertenecientes al Paleolítico Inferior es que, por las circunstancias de su hallazgo en superficie, resulta muy complicado poder determinar su cronología aproximada. Recientemente se ha realizado alguna excavación sistemática con el fin de obtener fechas más concretas, pero aún estamos esperando sus resultados. En cualquier caso, por estudios comparativos y análisis tipológicos, podemos señalar que los materiales líticos más antiguos recuperados hasta la fecha en la provincia de Ciudad Real podrían situarse en una fase situada entre hace 500.000 y 600.000 años, es decir, en un momento que coincidiría con la llegada al territorio peninsular del Homo heidelbergensis, tipo humano que, muy probablemente, pudo ser el responsable de la llegada a Europa Occidental de la denominada Industria Achelense o Modo 2, caracterizada, sobre todo, por la presencia de un tipo de útil denominado bifaz, del cual podemos encontrar extraordinarios ejemplos en diversos yacimientos de nuestra provincia como Molino del Emperador, Santa María del Guadiana, El Martinete, Albalá, Porzuna…

Estos primeros vestigios de presencia humana en el territorio de nuestra provincia se corresponden con los inicios del Pleistoceno Medio, etapa geológica en la que entre hace 650.000 y 300.000 años se desarrolló la glaciación Mindel, caracterizada por un clima semiárido y bastante fresco, que no favoreció el desarrollo en óptimas condiciones de los primeros humanos que habitaron el territorio correspondiente a la provincia de Ciudad Real, el cual no sería ocupado de forma permanente y donde afrontarían sus quehaceres cotidianos en duras circunstancias, en las que la preocupación por buscar recursos para la subsistencia les llevaría a desarrollar un tipo de vida nómada, con grupos pequeños y dispersos que buscarían terrenos próximos a cursos fluviales y zonas lagunares.