Te noto especialmente contento, amigo Lorencito. ¿Pasa algo que a mí se me escape? Porque cuando el gallo no canta algo tiene en la garganta. Claro que en este caso es al revés, te veo muy bailarín, casi con el baile de San Vito y cantando por lo bajini.
-El Carnaval, venerado maestro, que ya está aquí. Si hay una fiesta que me pone la piel de gallina es esta.
– Que lo del gallo era un decir, es un refrán. No debes tomarte al pie de la letra lo que digo.
– Ya, si lo entiendo. Lo de la carne de gallina tampoco es literal. Pero es que me vuelve loco esta festividad, esto de poner patas arriba todo, cambiar la propia personalidad mediante el ingenio de un disfraz, de un poco de pintura, esta posibilidad de ser durante unas horas otra persona, dar rienda suelta a la fantasía y vivir ensoñaciones.
– Bueno, sobre eso de las ensoñaciones a mí me parece que la mayor parte del tiempo estás “más allá que pacá” y que te paseas más por los cerros de Úbeda y Las Batuecas que por nuestra casa. Pero, al margen de tus correrías mentales, quiero hacerte notar algo con lo que no estoy de acuerdo sobre lo que has dicho.
– Ya me parecía a mí, oh maestro de los maestros, que tenía que poner algún pero, aunque sólo fuese para no reventar. ¿Puede explicarse?
– Me explico. Hablas de cambiar de personalidad mediante el disfraz y la careta, de ser otro. Sin embargo tal vez lo que ocurra sea lo contrario. Y para ello me remito a la sabiduría de Juan de Mairena quien, a través de Antonio Machado, nos comenta que “lo esencial carnavalesco no es ponerse careta, sino quitarse la cara. Y no hay nadie tan avenido con la suya que no aspire a estrenar otra alguna vez”. O sea, que la careta, en general, la mantenemos a lo largo de todo el año (una careta o doscientas, según la necesidad), y que realmente nos la quitamos durante estos días carnavalescos. Por ejemplo, ¿tú de que te piensas disfrazar?
– Si me es posible de Torero. Siempre he soñado con “ser mataor”. Disfrazarme de Juan Belmonte, para ser más exactos.
– Pero si Belmonte toreó en los años 20 y 30 del siglo pasado, murió en 1962. Ni habías nacido cuando se suicidó.
– ¿Que tiene que ver la edad con el arte? ¿No admiramos a Cervantes que es mucho más antiguo que Belmonte? ¡Belmonte fue el más grande y yo quiero ser Belmonte!
-Bien. Pero creo que me das la razón en lo que decía antes. Tú durante todo el año pareces una persona pero sólo durante el Carnaval eres realmente “Lorencito Belmoente”.
– No sé, no sé…, si usía lo dice.
– Lo digo. Y ahí va una anécdota que creo lo demuestra. Un partido del País Vasco se vio obligado en 2015 a pedir perdón por la actitud de un concejal de Durango, quien en los carnavales de Santa Cruz de Tenerife se disfrazó de alto mando militar nazi (quienes en la guerra civil habían bombardeado la villa). El concejal defendió su vestuario en el contexto carnavalesco. “Si alguien se molesta o se ha sentido ofendido es que no conoce esto”, dijo. Total, que fue invitado de nuevo a disfrazarse y escogió el mismo uniforme nazi, cambiando simplemente las insignias SS por ZZ. Con este cambio pero con el mismo disfraz, el grupo volvió al carnaval ya sin polémicas. En definitiva, el buen hombre se sentía un nazi de verdad pese a que todo su entorno no le dejaba serlo. Sólo el carnaval le permitió quitarse la careta.- Bueno, yo tengo claro que no soy Juan Belmonte, pero sí que me gustaría serlo.
– Lo eres en espíritu. Si te diesen la oportunidad lo serías en cuerpo y alma, así que esto es lo que cuenta. Pero volvamos al carnaval. ¿Tú crees que es algo sano? Porque me he encontrado con algunas opiniones que se las traen. Por ejemplo la siguiente: Pero ha ido deviniendo en descontrol y permisividad. Abuso de la no vestimenta, lo lúdico se cambió por desnudez y chabacanería, y lo cultural por expresiones que dejan mal parada la dignidad de las personas, principalmente de nuestras niñas, adolescentes y jóvenes, atentando también contra el respeto hacia los espectadores, que ya deben cuidarse sabiendo de antemano a qué clase de “diversión” o “espectáculo” van.
– Sí, sé que hay gente que todavía piensa así, pero creo que son minoría. La Iglesia en general siempre ha visto con muy malos ojos el carnaval y siempre que ha podido lo ha prohibido. Pero para mí no hay nada más sagrado que la libertad y, si respetas a los demás, puedes vestirte o desnudarte cuando quieras y como quieras. El Carnaval es una de las más altas expresiones de la libertad del individuo y esto, desde siempre ha sido condenado por quienes disfrutan gestionando campos de concentración. Por ahora, y esperemos que dure ya para siempre, a nadie se le obliga a acudir a desfiles o a fiestas.
– Muy bien Lorencito, ¡A divertirse hasta que el cuerpo aguante pero siempre con respeto para quienes tenemos pudor de quitarnos la máscara!