Francisco Javier Morales Hervás y Aurora Morales Ruedas / Doctor en Historia y Graduada en Historia del Arte

Cuando Leonor Plantagenet nació en 1160 en tierras normandas muy pocos podían llegar a imaginar la trascendencia que esta niña llegaría a tener en el medievo europeo. Es posible que para muchos de los que estén leyendo estas líneas aún resulte algo desconocida, pero seguramente será más sencillo ubicarla si recordamos que era hija de la gran Leonor de Aquitania, hermana de Ricardo Corazón de León y fue madre de la reina Blanca de Francia y de la reina Berenguela de Castilla, abuela de Fernando III el Santo y de San Luis de Francia, bisabuela de Alfonso X el Sabio y esposa de Alfonso VIII.

En 1170, cuando Leonor contaba con tan solo diez años, se acordó su matrimonio con el rey de Castilla Alfonso VIII, enlace que proporcionaba un enorme valor estratégico tanto a los intereses ingleses como a los castellanos. Esta unión matrimonial le permitió ser una testigo privilegiada de una de las fases más intensas en el enfrentamiento entre los reinos cristianos peninsulares y Al-Ándalus, concretamente la etapa desarrollada entre la llegada de los almohades a la península en 1146 y la trascendental batalla de las Navas de Tolosa en 1212. Aunque las circunstancias de la llegada de Leonor a Castilla no parecían las más apropiadas para que su desarrollo vital resultara dichoso, pues era una niña y no conocía a su futuro esposo, no tardó mucho tiempo en ganarse el afecto de Alfonso y en encontrar su espacio en la corte castellana para lograr ser útil en el complicado contexto político, bélico y diplomático que le tocó vivir. Probablemente a esta rápida y óptima adaptación contribuyó la cuidada formación que había recibido en tierras aquitanas, donde vivió los primeros años de su vida rodeada de un moderno ambiente cultural que de alguna manera trató de importar a la corte de su marido para aportar a Castilla parte del refinamiento artístico que se disfrutaba al otro lado de los Pirineos.

Las fuentes de la época no dudaron en destacar la prudencia de la reina Leonor y su total entrega a su esposo, con el que no dudó compartir tanto los momentos desdichados, como la derrota cristiana en Alarcos en 1195, como los momentos dichosos como los producidos con la conquista de Cuenca en 1177 y, sobre todo, tras la gran victoria de Alfonso VIII en las Navas de Tolosa en 1212. Por otro lado, también supo poner al servicio de los intereses de Castilla las dotes diplomáticas que había heredado de su madre, Leonor de Aquitania, las cuales le ayudaron a establecer estratégicas relaciones con algunos de los reinos más importantes de la época. De este modo, gracias a la hábil política matrimonial que desarrolló logró que cuatro de sus hijas accedieran a algunos de los tronos más destacados del momento: Berenguela fue reina de Castilla, Blanca fue reina de Francia, Urraca fue reina de Portugal y Leonor fue reina de Aragón.

Izq.: El triunfo de la Santa Cruz en la batalla de las Navas de Tolosa, óleo del pintor Marcelino Santa María Sedano. Año 1892. Museo del Prado. Dcha.: Real Monasterio de las Huelgas en Burgos donde Leonor de Castilla y su esposo, el rey Alfonso VIII fueron sepultados en el año 1214.

Otro de los aspectos en los que se puede rastrear la indudable huella de Leonor es en el ámbito religioso y cultural. En este sentido debemos destacar dos importantes ejemplos. En primer lugar, la influencia que ejerció en el diseño de la catedral de Cuenca, cuyas obras se iniciaron en 1182, cinco años después de la conquista de esta ciudad por su esposo. En esos momentos finales del siglo XII aún era predominante en Castilla la arquitectura románica, pero la presencia de personajes de origen normando en el entorno de la reina muy probablemente explique el aire nórdico que adquirió este edificio, que puede ser considerado como la primera catedral gótica realizada en tierras castellanas.

Por otro lado, el papel de Leonor también resultó clave para consolidar la llegada a Castilla de los aires de renovación religiosa que aportó la Orden del Císter, resultando en este aspecto especialmente relevante la fundación del Real Monasterio de las Huelgas en Burgos en 1187, proyecto que promovió junto a su esposo Alfonso VIII. Este monasterio burgalés fue entregado a la rama femenina del Císter por los reyes, quienes, además, le otorgaron importantes privilegios y la jurisdicción sobre más de un centenar de villas, lo cual hizo que las abadesas de Las Huelgas llegasen a alcanzar un gran poder y gozar de una gran autonomía, pues solo debían rendir cuentas ante el Papa. Alfonso VIII y Leonor entregaron el monasterio a la primera abadesa, doña Sol. La segunda abadesa fue, precisamente, doña Constanza, una de las hijas de los monarcas fundadores, que fueron enterrados en este monasterio tras morir ambos en 1214, primero Alfonso el 6 de octubre y 26 días después Leonor, que nació normanda, pero que murió siendo plenamente castellana.