En pleno auge de la viruela, en el siglo XVIII, ésta era una enfermedad de consecuencias atroces para la humanidad. Fue entonces cuando un médico rural inglés, Edward Jenner, se percató de que los campesinos que ordeñaban vacas nunca la padecían porque estaban inmunizadas gracias a un virus parecido, la viruela de las vacas, que sólo se daba en estos animales y era mucho más benigna que la humana. Tras mucho estudio, logró la que se considera la primera vacuna de la historia. “El 14 de mayo de 1796 se la inyecté al niño a través de dos cortes superficiales en el brazo, cada uno de los cuales tenía la anchura de un pulgar” escribió aquel facultativo, que consiguió inyectar viruela humana en personas sanas para tratar de inmunizarlas. Pero, como todas las revoluciones, también el descubrimiento de Jenner pasó por un tortuoso camino de dificultades y obstáculos. No tuvo la opinión pública y médica de su parte, hasta el Papa León XIII la prohibió en los Estados Pontificios, e incluso en Inglaterra se llegó a asustar a los vacunados con que les crecerían “cuernos bovinos en la frente”.