Nuria Fernández Martínez es licenciada en Medicina y Cirugía por la Universidad Complutense de Madrid y especialista en Geriatría por el Hospital Universitario de Getafe de Madrid. Tras su paso por el Hospital Universitario de Getafe, y después de desempeñar varios destinos, recala en Ciudad Real en el año 2002, en principio en Urgencias, donde lleva el apartado de Geriatría. A continuación desempeña su trabajo en el antiguo Hospital del Carmen desde el que pasó al Hospital General de Ciudad Real, en donde en la actualidad es jefa de Servicio de Geriatría, especialidad en la que siempre ha trabajado.

La geriatría no pretende sumar años, sino calidad de vida”

Pregunta.-  Tal vez sea necesario explicar en qué consiste la geriatría.
Respuesta.- Se trata de una de las últimas especialidades que surgieron en España y, probablemente, en todo el mundo. El motivo de que naciese se debió al gran envejecimiento poblacional que se empezó a notar en los últimos años. Es la especialidad de la Medicina que se ocupa del tratamiento integral y completo del paciente anciano. Sin embargo existe mucha controversia en cuanto a la definición de anciano. Se pone un límite de edad, en general a partir de los 65 años sin duda establecido por la fecha de jubilación, a partir del cual se admite que ese paciente es anciano. Sin embargo el día a día nos está demostrando que la edad ha avanzado y que son muy pocos pacientes que se ingresen con menos de 75 años, ya que, generalmente, son mayores de 80 años.

P.- ¿Qué se entiende por geriatra?
R.- Es el médico especialista en personas mayores.

P.- Desde el punto de vista del geriatra, ¿cuándo se considera que una persona es anciana?
R.- Como he dicho antes si nos centramos en la realidad que en el día a día se presenta en un hospital, son muy pocos los pacientes con los que nos encontramos que sean menores de 75 años que puedan tener problemas serios de salud. Los hay, pero ni con mucho son el grueso de la población. Cada vez hablamos más de la “fragilidad”, una situación clínico-biológica que hace que el paciente sea más susceptible de tener complicaciones. Antes de los 75 años la “fragilidad” no es una situación muy frecuente y es a partir de ese momento cuando se nota un aumento de la misma.

P.- ¿Estamos hablando de personas que pudiéramos considerar como “deterioradas”, a las cuales las enfermedades pueden hacer un daño que nunca harían a personas jóvenes?
R.- No. Nunca hablamos de enfermedades sueltas ni de edades sueltas. Un anciano es una persona con una determinada edad que puede tener una o más enfermedades y que es susceptible de deteriorarse. Nuestro reto sería localizar a ese grupo de pacientes que todavía no se han deteriorado, que se encuentran en activo dentro de la sociedad, y tratarlos de tal forma que no llegue ese deterioro o se retrase lo más posible. Debemos intentar, en lugar de sumar años, crear calidad de vida.

P.- ¿Cuál es su trabajo en este hospital? ¿En qué consiste?
R.- Nuestra labor principal es la hospitalización de “agudos”. La mayoría de los pacientes mayores tienen patologías crónicas que se reagudizan. Por ejemplo, el que tenga problemas respiratorios al coger un catarro se agrava. Para eso le damos tratamiento hasta llegar a una estabilización y después poderle devolver a su entorno en las mejores condiciones.

P.- ¿Cómo son los pacientes que en este momento se encuentran hospitalizados? ¿Qué características comunes les unen?
R.- Suelen ser más mujeres, ya que éstas tienen una edad media de supervivencia más larga que los hombres. Y la edad media está muy próxima a los 85 años. En cuanto a la patología que más predomina es la cardiorrespiratoria.

P.- ¿Merece la pena invertir tanto en material humano, técnico y en instalaciones para alargar un poco la vida de las personas cuando en muchas ocasiones estas están muy deterioradas físicamente?
R.- Creo que antes he indicado algo sobre esto. La geriatría no pretende sumar años, sino calidad de vida. Por eso con frecuencia nos encontramos con pacientes muy mayores con muy poca calidad de vida y mucho deterioro. En estos pacientes lo que intentamos es hacer el menos daño posible. Pero no vamos a intentar alargar situaciones que no conducen a nada. Evidentemente cuando el paciente llega se le trata de la mejor forma que se puede, pero también en la medida en que responda al tratamiento. Estoy hablando de muchos pacientes que pasan de los 90 años con gran deterioro funcional, cognitivo, inmovilizados…, los cuales muchas veces no responden al tratamiento. En ese caso no forzamos la situación y dejamos que siga una evolución natural. Evidentemente con el mejor confort posible.

P.- ¿Este tratamiento debe darse obligatoriamente en un hospital y por médicos?
R.- No necesariamente. Podemos establecer cuidados paliativos en pacientes no oncológicos. Muchos de nuestros pacientes necesitan cuidados paliativos sobre enfermedades crónicas que evolucionan hacia una terminalidad. Sabemos que hay unidades de paliativos oncológicos que no necesitan un hospital para aplicarlos, así que de la misma manera existen pacientes ancianos, con patología terminal, que pueden tratarse donde vivan si cuentan con un soporte adecuado.

P.- ¿Cuál sería ese soporte adecuado?
R.- Tanto los familiares que lo cuiden, como medios residenciales que cuenten con enfermería y auxiliares, podrían ser un soporte adecuado. Sin embargo nos encontramos con que muchas residencias están escasas de personal y los familiares o desconocen el tema (entienden perfectamente que un padre tenga un cáncer terminal, pero no entienden que tenga demencia terminal) o tampoco pueden hacerlo. Esto puede ser por falta de información y por la posible culpa de los propios sanitarios que no hemos sabido transmitir esa información a los familiares para que asuman la importancia de esas enfermedades que parece lo son menos.

P.- Esto nos llevaría a plantearnos la colaboración entre el estamento médico y el resto de la sociedad.
R.- Nosotros nos movemos en un entorno muy paternal, con la familia como centro. En otras mentalidades no es así. Está claro que vamos encaminados a una situación con un envejecimiento cada vez mayor y cada vez habrá más pacientes. Pero a la vez, por diferentes motivos sociales, la familia cada vez se va desmembrando más. Por eso a nivel institucional se debería apoyar más que estas personas mayores fueran tratadas fuera del ámbito de los hospitales.

P.- ¿Cuál es su visión, fuera ya de la profesión, de la Tercera Edad en la sociedad?
R.- Creo que debemos dar las gracias por la buena situación en que nos encontramos. Muchas veces no nos damos cuenta de que estamos hablando de enfermedades en personas de 95 años, algo impensable hace sólo 25. Entonces estos problemas se planteaban a los 75 u 80. Ahora se da pasando los 90. Esto es un logro histórico, tanto sanitario como social. Hace 15 años era inimaginable encontrarte a personas de 80 años trabajando en ONGs y hoy día no es nada excepcional. Eso quiere decir dos cosas: primero que se ha llegado a esa edad y, segundo, que a esa edad son funcional y cognitivamente activos y siguen aportando cosas a la sociedad. Significa que uno no sólo se puede sentir útil, sino que sigue siéndolo. Pero por otra parte también tenemos que tener claro que la vida tiene un límite y que, al final, ha de acabar.

P.- Basándose en el trato diario que tiene con las personas mayores, ¿cree realmente que son útiles a la sociedad?
R.- Sí. Por supuesto. Y con argumentos. Ya me he referido a personas mayores que están como voluntarios en ONGs. Aportan sobre todo su cantidad de tiempo libre, algo de lo que no disponen los jóvenes. Muchas de las personas que están en la Asociación contra el Cáncer son jubilados. Su trabajo siempre está acorde con su capacidad física, pero sobre todo muchos de ellos conservan toda su capacidad mental, y esta no hay por qué desperdiciarla. Y no digamos de la riqueza que pueden aportar con su experiencia y la serenidad que aportan los años. Pero nunca debemos olvidar que el espectro de las personas mayores es muy variable, desde las que están muy activas a las que llevan un montón de años en la demencia. Por eso a cada uno hay que darle lo suyo. Al que se sienta útil hay que dejarle que lo siga siendo hasta el final de su vida. Y a quien no pueda, ni física ni intelectualmente aportar nada, hay que cuidarla y, si llega un momento en su vida en el cual todo se desmorona y complica, habrá que saber hasta dónde llegar. Porque hay que dejar vivir con dignidad pero también morir con dignidad.