Francisco Javier Morales

Francisco Javier Morales Hervás/ Doctor en Historia

Juan Francisco era una persona culta y con buenas relaciones, que supo ganarse el favor del rey Fernando VI, hasta el punto de que el monarca le asignó diversos cargos en la Corte, llegando a ser Ministro de Hacienda. Esta influencia la supo emplear para apoyar a su ciudad natal que a mediados del siglo XVIII no pasaba por sus mejores momentos, por lo que no dudó en mover los hilos oportunos, como lo hacían las expertas encajeras, para lograr que Almagro pasase a ser la capital de la provincia de La Mancha.

Imagen del exterior del edificio.

Aunque su ajetreada vida política le tenía muy ocupado, cuando podía se reservaba unos días de descanso para disfrutar de su ciudad y así recorrer sus calles, visitar sus monumentos, retomar el contacto con sus amistades y, de paso, atender diversas cuestiones relacionadas con su notable patrimonio familiar. Esa mañana Juan Francisco se encontraba paseando por la Plaza Mayor cuando se sintió atraído por la luz especial que iluminaba la fachada de la iglesia del Convento de San Agustín. Decidió acercarse para contemplar con detalle su portada que en esos momentos parecía llamear bajo el influjo de los rayos solares. La portada estaba definida por un arco de medio punto flanqueado por dos columnas decoradas en el fuste con vistosos bajorrelieves de grutescos. Sobre el entablamento que enmarcaba el arco se situaba un segundo cuerpo definido por pilastras y un frontón triangular quebrado en cuyo interior dos “putti” sostenían una custodia con la Sagrada Forma, que, iluminada por el sol, parecía brillar con luz propia.

La contemplación de la portada animó a Juan Francisco a pasar al interior del templo donde pudo apreciar su planta con una nave central destacada y naves laterales que presentaban capillas en la planta baja y tribunas en la superior. La nave se cubría con una bóveda de cañón dividida en cuatro tramos mediante arcos fajones que descansaban en pilastras toscanas. El crucero aparecía cubierto por una airosa cúpula de media naranja apoyada sobre pechinas y tras él se situaba el ábside en el que destacaba un bello retablo en el altar mayor.

La atenta y formada mirada de nuestro protagonista supo captar que se encontraba ante un edificio en el que sus diseñadores habían utilizado diversos elementos del arte clásico, como cimacios dóricos, molduras jónicas y ménsulas corintias, pero los habían empleado con una libre interpretación que daba lugar a la definición de un lenguaje artístico alejado del clasicismo y caracterizado por el exceso decorativo, que caracterizó muchas obras de finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, etapa en la que se construyó este edificio.

Este gusto por el abuso ornamental se manifestaba especialmente a través de la llamativa decoración pictórica de bóvedas, cúpulas y parte del crucero, consistente en frescos realizados al temple. El resultado final generaba un espacio colorista que producía un atractivo efecto escenográfico con el fin de procurar la atención de los fieles que de este modo se concentraban en un conjunto de imágenes simbólicas y narrativas que buscaban deleitar los sentidos de quienes las contemplaban, a la vez que transmitían una serie de dogmas y promovían la devoción.

Estas ricas imágenes desarrollaban escenas de la vida de San Agustín y expresaban principios teológicos a través de símbolos como la paloma, el cordero místico, el pez, las espigas, las uvas… y su contemplación hizo que la sensibilidad estética y espiritual de Juan Francisco quedase atrapada en un espacio atemporal que sigue cautivando a todo aquel que visita este excepcional monumento almagreño.

Varias vistas del interior. (Fotos cedidas por el Ayuntamiento de Almagro).